martes, 1 de noviembre de 2016

NO DEJA DE SORPRENDER. . .QUINQUELA Y LA MÁQUINA.

EL ESPÍRITU DE LA MODERNIDAD


NOTA PERIÓDICO CONEXIÓN 2000 - OCTUBRE 2016

El museo Benito Quinquela Martín se luce una vez más con las exposiciones que presenta.  Esta particular muestra es por demás interesante por la temática que aborda. El hombre, la máquina la interacción entre ambos universos con la modernidad. El mayor atractivo es el kinkelín, una máquina, que tiene el objetivo de purificar la atmósfera e impedir su contaminación.  invención del maestro boquense que patentó en nuestro país.

Presentación del Catálogo de la muestra Quinquela y la Máquina. Atrás se observa el Kinquelín.


La máquina, uno de los íconos de la modernidad, es el tema principal de la mayor parte de las obras que componen la muestra compuesta por más de 30 obras, entre óleos y aguafuertes. Inmensos engranajes, grúas, grampas… elementos que se tornan amenazantes e incontrolables y a través de los cuales Quinquela supo resumir el espíritu del tiempo que le tocó vivir. 

La exposición se completa con obras de Silvina Babich, Eleonora Butin, Leandro Frizzera, Marta Pérez Temperley, Lucio Vega y el colectivo artístico Una pequeña república dentro de una ciudad, destacados artistas contemporáneos, estableciendo un diálogo entre el patrimonio y la visión de artistas actuales en diferentes lenguajes.
Inaugurada el 24 de septiembre pasado, podrá visitarse hasta el 4 de diciembre. 

Quinquela fue un hombre comprometido con su tiempo, con su barrio, con sus convicciones. Todo en él era arte, invención y creación permanente.






HISTORIAS VERDADERAS CONTADAS POR SUS PROTAGONISTAS. . .

EL LECHERO

Y SU AMIGO INDIO
                                                                                                      Por Héctor Ricardo Bulens


¡Cómo no recordarte, Indio! Nunca te voy a olvidar. Mi papá trabajaba en LA DIADEMA (Dock Sud), hasta fines del '50, que lo despidieron. Con la indemnización, compró: Un reparto de leche en botella, yogurt, crema, etc de LA MARTONA.

En el combo venía la chata toda amarilla con la marca que repartíamos; y el inolvidable "Indio", nuestro fiel caballo que pasó a ser uno más de la familia. Era increíble la cara de la gente, al ver las cosas que hacía.

Héctor Bulens y su caballo “Indio” en Pinzón al 500 a metros de la Juguetería "Pellegrino", a principios de los '60.  Foto editada por Ivana Bulens.


Lo que te voy a contar, te garantizo que es real. Cuando estábamos repartiendo casa por casa, casi siempre quedábamos adelante de donde estaba parado. Entonces lo llamábamos como si fuera una persona; y él, dócil como era, venía a nuestro lado.

Una travesura que hacíamos con mi hermano era cuando alguna clienta, en su mayoría italianas, se olvidaba algo y salía a pedirlo; en vez de bajar del carro a la vereda, lo hacíamos por el lado de la calle. Luego le tocábamos la panza, y pasábamos por debajo del mismo. Las pobres mujeres se agarraban la cabeza, y alguna que otra, se le escapa un insulto como "HDP, te va a patear la cabeza", y nosotros muertos de risa.

Con el tiempo, nos pasamos a la VASCONGADA. Dejamos el depósito de VILLAFAÑE 352, y el corralón de Caboto y Caffarena, y nos fuimos a Barracas. Los pibes de la cuadra, que nos acompañaban, no podían creer lo que veían: El corralón estaba en la calle Isabel La Católica entre Coronel Salvadores y California, salíamos de casa en Suárez 531 después de comer y le decíamos "Indio, a comer y a dormir", y hacía el recorrido de memoria sin que nosotros agarremos las riendas: Suárez que subía, Iberlucea (o Del Crucero), Magallanes, España -Hoy Jovellanos-, C. Salvadores e Isabel La Católica.

Un detalle. Cuando llegaba a Patricios, se frenaba solo por si venía alguien.
Pero lo más difícil de creer viene ahora, y repito que es real: Dentro del corralón; le sacábamos la pechera, la montura, lo demás y se iba solo al piletón a tomar agua. Si cuando volvía, estábamos hablando con alguien, nos empujaba con su cabeza en la espalda para que lo acompañáramos a la caballeriza.

Una vez, uno de los que guardaban el carro con nosotros en el corralón, se enojó conmigo y me quiso levantar la mano. Entonces él se paró en dos patas. Como se imaginarán, yo con mis 10 años, burlándome del hombre y diciéndole que me venga a pegar.

Un día, mi viejo nos dijo que lo iba a cambiar, y estuvimos 3 días sin hablarle. Pero con el tiempo, se notaba el desgaste que tenía, ya que repartíamos 1100 botellas por día. Hasta que una mañana, nos dejó con varios cajones para repartir en Pinzón y Caboto. Al volver, el Indio ya no estaba. Lo habían cambiado por uno llamado Tito, que resultó ser muy mañoso. Eso nos hizo extrañarlo más.
¡INDIO QUERIDO! ¡UN RECUERDO IMBORRABLE!... El animal más noble que conocí,